"Soy un hombre cerrado, taciturno, poco sociable, descontento, sin que todo ello constituya una infelicidad para mí, ya que es solamente el reflejo de mi meta. De mi modo de vivir en casa se puede sacar alguna deducción. Vivo en familia con personas bonísimas y afectuosas, más extraño que un extraño. Con mi madre no he cambiado en estos últimos años más de veinte palabras de promedio al día; con mi padre, nada más que el saludo. Con mis hermanas casadas y mis cuñados no hablo en absoluto, sin que esto signifique que esté enojado con ellos. El motivo es sencillamente éste: no tengo absolutamente nada que decirles. Todo cuanto no es literatura me hastía y provoca mi odio, porque me molesta o es un obstáculo para mí, por lo menos en mi opinión".
Con estas palabras se refería y sí mismo y a su familia el propio Kafka en una de sus numerosas cartas. Quizá, además de los calificativos que emplea para referirse a sí mismo ("cerrado, taciturno, poco sociable, descontento"),lo que más llama la atención del fragmento es la mención a su padre: "con mi padre, nada más que el saludo". La influencia que ejerció el padre en la vida de Franz Kafka es notable, pero ¿hasta qué punto es relevante o decisiva en su obra? Esta cuestión plantea la tan manida relación entre vida y obra de un autor. En el caso de Kafka no es productivo buscar componentes autobiográficos en sus obras, sino analizar en qué medida su producción literaria es un reflejo ficcional de su existencia, una experimentación con entes novelescos de sus sentimientos y pensamientos. Más de una vez confesó Kafka que la literatura era su único refugio de libertad, el único consuelo en un mundo incomprensible. Mediante ella dialogaba consigo mismo y exteriorizaba sus inquietudes y extrañamiento ante la vida cotidiana.
El padre de Franz era un hombre corpulento y dinámico que ejercía una autoridad absoluta en su familia; es la encarnación del “pater familias” latino, con potestad absoluta para ordenar, organizar y dirigir la vida familiar. Trataba al resto de miembros como esclavos y se mantenía ajeno a las normas domésticas que él mismo dictaba: recuérdese, con respecto a esto, el episodio narrado en la Carta al padre (un verdadero “pliego de cargos” contra su progenitor que escribió en 1919 pero que no llegó a enviar) sobre las desproporcionadas normas de comportamiento en la mesa que él establecía e infringía arbitrariamente y sin reparos. Este comportamiento dictatorial no excluye el cariño y amor hacia sus familiares. Podían convivir ambos actos (tiranía y amor), pues venían refrendados por toda la tradición occidental de relaciones familiares.
Por otra parte, el padre era un hombre centrado en sus negocios y vida laboral, lo cual le mantenía algo alejado de sus hijos. Kafka expone en Carta al padre, con sinceridad lacerante, su sentimiento de abandono y frustración ante la poca valoración de sus “triunfos” a que se veía sometido por la actitud indiferente de su padre.
Por todas estas razones, el escritor temía y odiaba a su progenitor, pero al mismo tiempo lo veneraba y admiraba. Esta paradoja se explica si se tiene en cuenta que veía en él al prototipo de hombre de acción, hecho a sí mismo, autosuficiente e indestructible; las opiniones de éste, sobre cualquier tema, estaban blindadas ante cualquier refutación, por lógica que fuese. Su prepotencia y egocentrismo le predisponían a desprestigiar las acciones o razonamientos ajenos y a convertir las suyas en modelo de perfección. Leemos en la Carta al padre:
"Te lo ruego, papá, comprende lo que te digo, todos estos detalles no habrían tenido importancia por sí solos. Me deprimían únicamente por el hecho de que tú, el hombre que tan enormemente ha influido en mi vida, sin embargo, no observaba los mandamientos que imponía. Por ello subdividí el mundo en tres partes: una, en la cual vivía yo, el esclavo, bajo leyes que sólo hablan sido inventadas para mi y a las que yo, por otra parte —sin saber por qué— nunca más podía cumplir en forma satisfactoria: luego un segundo mundo, infinitamente lejos del mío, en el cual vivías tú, ocupado en gobernar, emitir las órdenes y disgustarte a causa de su incumplimiento; finalmente un tercer mundo, en el cual vivía el resto de la gente, feliz y sin órdenes ni obediencia"."Desde muy temprano tú me prohibías la palabra. Te recuerdo siempre amenazante "¡Ni una palabra de réplica!" y levantando la mano al mismo tiempo. Cuando se trata de tus asuntos, tú eres un excelente orador y yo adquirí en tu presencia un modo de hablar entrecortado, tartamudeante, y aun eso era demasiado para ti: finalmente me quedé callado, primero acaso por terquedad y más adelante, debido a que en tu presencia no podía ni pensar ni hablar". "Tú me decías: "Ni una palabra más" y con ello querías acallar en mí las fuerzas contrarias que te eran desagradables. Pero tal influjo era demasiado fuerte para mí, yo era demasiado obediente y enmudecí del todo, me oculté de ti y sólo osaba moverme cuando estabas tan lejos que tu poder, cuando menos directamente, ya no me alcanzaba"."Entre nosotros no hubo realmente ninguna lucha; yo de inmediato estuve liquidado; lo que quedó era huida, amargura, tristeza, lucha interna". (Carta al padre, 1919)
Pues bien, la tensiva relación de amor-odio que el autor checo mantenía con su padre se puede rastrear en su obra en dos niveles. El primero, implícito o subyacente a toda su obra, se manifiesta en el sentimiento fatalista, derrotista y pesimista ante el mundo. En efecto, sus personajes están abocados al fracaso desde el comienzo, por muy activos o perseverantes que sean (por ejemplo, el protagonista de El Castillo). No pueden solucionar sus conflictos satisfactoriamente: las respuestas ante los problemas planteadas no son clarificadoras, más bien son abstrusas conclusiones que no aportan luz a las cotidianas (en apariencia, pues pronto se averigua el trascendentalismo de la búsqueda) preguntas. El destino de los entes de ficción kafkianos es laberíntico, una lucha por salir de un callejón sin salida, de un mundo que en el fondo es absurdo y no tiene sentido. El mundo es absurdo porque no se comprende su lógica, se es extraño a ella. Este enunciado presupone que el mundo tiene una lógica, esto es: la lógica del mundo consiste en ser incomprensible e indescifrable y el destino del hombre no es sino la eterna lucha por desentrañar el sentido. Es decir, el sinsentido del mundo es el sentido del mundo. Dicho de otra manera, y utilizando un ejemplo de la mitología que más adelante se desarrollará, el hombre moderno es un nuevo Sísifo, condenado a empujar eternamente la piedra de su destino, sabiendo de antemano que nunca conseguirá finalizar su viaje. El destino tiene una trayectoria circular –el eterno retorno del que hablaba Nietzsche–: su órbita está diseñada siguiendo un camino antiteleológico.
Por otra parte, estas ideas pueden relacionarse con las recogidas por Sören Kiërkegaard en su libro Temor y Temblor. En esta obra, el filósofo danés estudia las distintas actitudes ante el mundo. Existen tres tipos de hombres: el artístico, el ético y el religioso. Éste último está ejemplificado por Abraham, quien, como se narra en el Antiguo Testamento, se dispuso a sacrificar a su hijo Isaac tras recibir una orden divina. Esta prueba de fe, realizada sin una reflexión lógica, está guiada, según Kiërkegaard, por el absurdo; dejarse llevar por este sentimiento es la postura más valiente y arriesgada que puede llevar a cabo un hombre.
Pues bien, aplicando estas ideas a la obra del escritor que nos ocupa podemos concluir que los personajes de sus novelas son figuraciones del hombre religioso, modernas reencarnaciones de Abraham. Sin embargo, esta eterna lucha en un mundo que no se comprende es a la vez optimista y pesimista: pesimista porque nunca se llega a un fin; optimista por ser un eterno desafío al absurdo y a la inextricable realidad cotidiana. Como se ha dicho anteriormente, ambas facetas quedan reflejadas en la eterna lucha de Sísifo contra su destino.
Para concluir este primer nivel, y centrándonos de nuevo en la relación entre vida y obra de nuestro autor, podemos observar que estos comportamientos contradictorios son análogos a los desarrollados por Kafka con su padre: aun sabiendo que nunca obtendría una aprobación de sus actos, él no desiste de actuar e intentar demostrar su valía.
El segundo nivel en el que se evidencia la paradójica relación padre-hijo en su obra se circunscribe a las tramas y relaciones entre los personajes de algunas de sus novelas o relatos. Aquí se tratará de La metamorfosis y La condena.
En la primera el padre es un sujeto autoritario y violento, presentado como un ser gigantesco y amenazante desde los ojos de su hijo Gregor, postrado ante él en el suelo convertido en un insecto. En ningún momento aquél es tolerante y compasivo (como sí lo es al principio la hermana) ante la inexplicable transformación de su primogénito. Incluso llega a dañarle arrojándole unas manzanas, una de las cuales le hiere incrustándose en su caparazón. El padre firme y violento de esta novela recuerda en muchos momentos al de Kafka; a pesar de ello, es arriesgado identificar totalmente a ambos progenitores. Más bien, parece más lógico suponer que el padre en la novela es una figura construida mediante la hiperbolización de los rasgos más negativos del padre de Franz o a partir de una reelaboración ficcional de una figura paterna prototípica y a la vez única en cuanto perteneciente a un sistema significativo autónomo, esto es, la obra literaria. En este último caso se habría llevado a cabo una abstracción o “prototipicación” de determinados rasgos de su padre.
Respecto al relato La condena, lo que más llama la atención de la actuación del padre es la completa arbitrariedad e irracionalidad de su orden. El texto lleva hasta sus últimas consecuencias (ad absurdum) este mandato: el padre condena a su hijo a morir ahogado por haber cometido una fechoría; el hijo cumple inmediatamente la resolución arrojándose al río, sin detenerse a cuestionarse la validez del veredicto. Aquí el padre encarna a una sociedad opresora que juzga a las personas y les otorga una vida sin que quepa la posibilidad de cuestionarse su potestad o idoneidad para este cometido. La lógica irracional del mundo es ineludible; sólo caben dos posibilidades ante ella: aceptarla o morir. Si el individuo se para a analizarla racionalmente descubrirá su arbitrariedad. Ante la imposibilidad del cambio sólo queda la aceptación irreflexiva o la muerte. Pues bien, el protagonista de La condena lleva a cabo las dos soluciones, puesto que el veredicto es la muerte, ejemplo máximo de irracionalidad. En este punto viene a colación la idea que mantiene Albert Camus en su ensayo El mito de Sísifo (donde, no gratuitamente, se analiza la obra de Kafka) acerca de la valentía metafísica del suicidio, ejemplo máximo de llevar el absurdo (esto es, ser coherente con uno mismo hasta el final) nuestra vida. Efectivamente, la acción del protagonista del relato kafkiano puede ser juzgada como un suicidio “lógico” e incitado por la condena de su padre. El autor no se detiene a analizar la racionalidad del veredicto (que, como sabemos tras la lectura, es totalmente descabellado), sino que lo que le interesa es desarrollar la causalidad lógica de una condena (o, mejor dicho, veredicto) y su cumplimiento. Visto así, la decisión del protagonista no es absurda, sino que es totalmente coherente (e incluso justa, empleando términos jurídicos, ya sugeridos desde el título).
Abstrayendo las ideas sugeridas tras el estudio de esta obra en concreto, puede que este final critique simbólicamente la injusticia inherente en las relaciones sociales; la injusticia, curiosamente, es asumida sin reparos por una humanidad justa, valiente y sensata. La conclusión está clara: Kafka demuestra sentir una simpatía por el individuo (estimado como ser humano), pero, al mismo tiempo, deja ver su desconfianza ante el sistema, ante la red de relaciones artificiales (sociales) creadas por los hombres; en definitiva, el hombre es víctima de un sistema que él mismo ha creado.
En resumen, el padre ejerce dos funciones básicas en Kafka y su obra: 1) haber motivado un sentimiento de inferioridad en el autor que se refleja en el fatalismo que desprenden sus obras; 2) paradójicamente, el fatalismo y pesimismo propio de sus obras contrasta con unos protagonistas perseverantes, valientes, desafiantes ante un mundo absurdo, verdaderos superhombres que luchan contra un destino que los aniquila. El padre representa la sociedad avasalladora, despersonalizadora e injusta, que niega la individualidad y ahoga las aspiraciones del ser humano. Los protagonistas representan al propio Kafka rebelándose en la ficción –ya que no en la realidad– contra un tiránico padre-sociedad; son reencarnaciones de Abraham o Sísifo, valientes e irracionales figuras que luchan contra su destino asumiendo su propia destrucción. Son rebeldes pacíficos, practican la anti-desobediencia civil: asumir un veredicto injusto haciendo ver al verdugo que es injusto y aun así asumiéndolo tiene una fuerza argumentativa inapelable. De esta manera, el individuo se sitúa por encima de la ley, de la sociedad. Y, mediante la literatura, Kafka pudo decir al fin a su padre: “te he vencido, estoy por encima de ti”.
J. RAMÓN CERVERA
NOTA COMPLEMENTARIA
- Una manera alternativa de acercarse a la figura de Kafka es el cómic Kafka de Robert Crumb & Dave Zane Mairowitz, editado por La cúpula en 2010. Recomendable para los conocedores de la obra del autor checo.
- Merece la pena leer algunos fragmentos de sus numerosas cartas y diarios para comprender sus frustraciones y preocupaciones.
NOTA COMPLEMENTARIA
- Una manera alternativa de acercarse a la figura de Kafka es el cómic Kafka de Robert Crumb & Dave Zane Mairowitz, editado por La cúpula en 2010. Recomendable para los conocedores de la obra del autor checo.
- Merece la pena leer algunos fragmentos de sus numerosas cartas y diarios para comprender sus frustraciones y preocupaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario